viernes, 25 de diciembre de 2015

Réquiem por una sociedad enferma

Nota: no sé adónde llegaré escribiendo esto, pero si algo tengo claro es que necesito hacerlo.

Veinticinco de diciembre. Amanece. Hoy es Navidad, celebramos el nacimiento de un tal Jesús de Nazaret. Tampoco tenemos muy claro si nació por estas fechas, o siquiera si existió, pero Occidente se vuelca con la celebración y las calles se llenan de seres generosos durante un día.

Los ricos siguen siendo ricos y los pobres siguen siendo pobres. Todos asistimos a comidas con nuestros familiares, fingiendo que nos importan los problemas de algunos seres a los que vemos dos veces al año.

Hoy pongo la televisión. En los informativos
sale un señor con traje y corbata morada felicitando las fiestas a todos los españoles. Habla de la unidad del país y de los valores morales de Occidente. No se olvida de hablar de la democracia, pero de lo que igual sí se olvida es que a él y a su familia igual nadie los ha votado. Después dice que la tiranía conduce a la decadencia. No se acuerda de algunos de sus ancestros, que gobernaron nuestro país tiránicamente.

Todo el mundo tiene que tener regalos, da igual de dónde venga el ser humano en cuestión. Algunas familias piden préstamos con altos intereses y compran a sus hijos esa codiciada videoconsola que tanto deseaban. Probablemente sea un requisito fundamental para que sus hijos puedan tener amigos o para que sean populares en su instituto.

Los niños reciben bicicletas, las niñas planchas (eso sí, planchas que hacen luces de colores). En la televisión hablan también de las cuarentaypico mujeres asesinadas este año por sus parejas. Nadie habla de soluciones. El presentador pone rostro triste durante dos minutos. Mientras estamos todos comiendo, el cuñado de turno suelta un par de chistes machistas y culmina su recital con algún que otro chiste homófobo. Tu padre o tu madre te dicen que te rías, que hay que quedar bien.

Mientras familias enteras van como babosos zombis a comprar regalos inútiles con los que satisfacer las planas mentes de sus sobrinos, cuñados y tíos han desahuciado a dos familias. Ese día no salen en la tele porque es un día de celebración. Al día siguiente, algunos violentos irrumpen en una manifestación pacífica por el derecho a una vivienda digna y rompen el cristal de una sucursal bancaria. Los periódicos hacen de este acontecimiento su portada del día veintiséis.

Anochece, los intereses económicos de una minoría siguen estando respaldados por decenas de medios de comunicación privados, donde la información pasa por los departamentos de caracterización y maquillaje antes de ser servida en preciosas bandejas de plata. Mi abuela vuelve a encender la televisión, hoy hacen “Sálvame” y toda la familia contempla con ojos como platos cuanto sucede en aquel plató de plástico y superficialidad.

Sales a la calle. Encuentras a un hombre de unos cuarenta años buscando en la basura. Vuelves a entrar a casa, un señor con traje te explica que la recuperación está llegando y que cada vez más gente trabaja. Hablas con tus primos, te dicen que este año su volumen de trabajo ha mermado enormemente. Vuelves a encender la televisión, entrevistan a una chica de treinta años. Ha encontrado trabajo de Navidad envolviendo juguetes, cobrará 600 euros al mes durante tres meses.

Contemplas a la gente por las calles, hoy todo el mundo sonríe. Es el día para sonreír, lo dicen grandes vallas publicitarias. Los niños occidentales juegan con juguetes de los que se olvidarán en pocas semanas, mientras miles de niños de esos a los que llamamos “negritos” intentan saltar una valla. Mientras miles de familias africanas son heridas por las concertinas en su desesperado intento por conseguir la añorada libertad. Pero la tele dice que hay que sonreír, que hoy es el día, que hoy todo será plástico y maniquís, que los políticos han prometido acoger a unos refugiados de un lugar muy remoto por una guerra cuyas causas nunca explican. Todo son promesas, fe y alegría. Hoy toca sonreír mientras bebemos, quién sabe si para olvidarnos de toda esa gente que lucha por la libertad y por una vida donde se respeten sus derechos fundamentales o para olvidarnos de que Papá Noel no nos ha traído ese videojuego que llevamos tanto tiempo añorando porque un día nuestro futbolista favorito lo dijo en televisión.

Ya es hora de dormir. Unos buscan una buena posición en sus cómodos lechos viscoelásticos mientras otros buscan cartones para evitar ser empapados por la lluvia en aquel descampado en el que duermen. La oscuridad reina en el ambiente, pero todo sigue igual. Todo sigue igual, pero sin luz. Los pobres seguirán siendo pobres. Los ricos seguirán siendo ricos. Millones de personas seguirán muriendo intentando entrar en Europa, los políticos que gobiernan seguirán haciendo ver que les importa organizando multimillonarias cumbres no vinculantes donde se creen los dueños del destino del mundo y nuestro país seguirá vendiendo armas a esos países en guerra que salen en la tele y tanto apenan a los presentadores de la tele por dos minutos.

Ya es un nuevo día, acabó la Navidad. Ahora el primer mundo sigue siendo igual de hipócrita, pero lo celebra menos. Siguen mandando los mismos y seguimos sintiéndonos orgullosos de haber creado la civilización de Occidente. Seguimos sintiéndonos orgullosos de nuestras banderitas, bajo las que se ocultan los llantos y la sangre que hemos provocado.

“El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan”- Pablo Neruda
Todo sigue igual, y el mundo sigue girando.


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