DISCURSO 1 DE MAYO. ORGULLO, HONOR Y REPÚBLICA.
Diecisiete de julio de 1936. Se
escuchan ráfagas. La gente, llora. Miles de inocentes son asesinados. El Frente
Popular, formado por el PSOE, el PCE y partidos de izquierdas republicanos ha
ganado las elecciones con un 48 por ciento de los votos. Las derechas han sido
derrotadas en las urnas por segunda vez durante la Segunda República.
El nuevo gobierno tiene como objetivo continuar modernizando España para que
esta esté, de una vez por todas, a la vanguardia de Europa y, para que por
primera vez en la Historia ,
las élites oligárquicas que se perpetúan desde hace siglos dejen de repartirse
la tarta y por fin la gente pueda disfrutar de un país libre, solidario y
garante de los derechos humanos que se venían vulnerando desde tiempos
inmemoriales.
Y…Qué curioso, la derecha no había
aceptado la derrota. El clero no aceptaba quedarse sin subvenciones y sin el
control del sistema educativo del nuevo país laico; los Grandes de España, cuyo
corazón no era tan grande
, no aceptaban quedarse sin las tierras que poseían por derecho divino desde hacía siglos. Como tan bien dijo nuestro Miguel Hernández, “aceituneros de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma, ¿quién levantó esos olivos?”. La gente quería poder acceder a aquellas parcelas de tierra que con su sudor y sus lágrimas hacía florecer. La gente quería acabar con el yugo que la obligaba a resignarse a la miseria, con esa soga que los apretaba hasta que siquiera podían ya sentir dolor; el Ejército, por primera vez veía que ya no era una herramienta de poder, sino un mecanismo al servicio del pueblo. Veía cómo esa rígida España centralista castiza y rancia daba paso ala España de
la hermandad entre diferentes pueblos materializada a través de las autonomías;
los caciques, que manipulaban antaño de manera sistemática las elecciones, habían
perdido todo su poder.
, no aceptaban quedarse sin las tierras que poseían por derecho divino desde hacía siglos. Como tan bien dijo nuestro Miguel Hernández, “aceituneros de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma, ¿quién levantó esos olivos?”. La gente quería poder acceder a aquellas parcelas de tierra que con su sudor y sus lágrimas hacía florecer. La gente quería acabar con el yugo que la obligaba a resignarse a la miseria, con esa soga que los apretaba hasta que siquiera podían ya sentir dolor; el Ejército, por primera vez veía que ya no era una herramienta de poder, sino un mecanismo al servicio del pueblo. Veía cómo esa rígida España centralista castiza y rancia daba paso a
Fueron, en fin, los resignados, los
mediocres, los que contemplaban estupefactos cómo la burbuja en que vivían a
costa de someter a todo un país a la esclavitud y estancar su progreso
explotaba en sus mismísimas narices, quienes se levantaron en armas contra un
régimen político digno, legítimo, constitucional, avalado por la voluntad
popular. Se levantaron contra aquel sistema que por vez primera había dado a la
mujer el derecho al voto, contra aquello que entre todos habíamos levantado.
Me gustaría compartir aquí estas palabras del general Mola, ideólogo del
golpe de Estado que puso fin a una conspiración iniciada la misma noche de la
derrota electoral por el general que pronto se convertiría en el general
superlativo Francisco Franco Bahamonde. Unas palabras que cercioran, una vez
más, la violencia, la inhumanidad y los elementos antidemocráticos que
estuvieron siempre presentes no sólo en el Golpe, sino también en la represión
que tuvo lugar durante los treinta y seis años de la sangrienta y oscura
dictadura: “La acción ha de ser en extremo violenta, de modo que se reduzca lo
antes posible al enemigo fuerte y bien organizado. Desde luego, serán
encarcelados los dirigentes de los partidos políticos, sociedades y sindicatos
desafectos al movimiento y se les aplicarán castigos ejemplares”.
Fuimos parte de aquello que Franco
llamaba la
Antiespaña. Fuimos vejados, golpeados, humillados, encarcelados,
fusilados y tirados en cunetas. Fuimos masivamente exterminados. Huimos.
Lloramos. Cantamos. Construimos metáforas con nuestro llanto. Fuimos Berlanga
burlando a la censura, fuimos un verso de Lorca y una canción de Raimon. Fuimos
silencio, fuimos derrota y fuimos resignación. Pasaron, y perdimos. Nos
llevaron a campos de concentración o nos obligaron a trabajar para ellos.
Morimos sepultados construyendo sus pantanos. Nos obligaron a levantar el brazo
y a cantar el “Cara al Sol”.
Se rieron de nosotros y nos dijeron
que no éramos patriotas. Y, quizás, no seamos patriotas de su España. Quizás
nuestra patria fuera la libertad y fuera la justicia. Quizás nuestra bandera
fuera aquella de la libertad en que Lorca bordó el amor más grande de su vida.
Quizás nuestro himno fuera el de Riego, el del general que dio su vida por
proclamar la Constitución
de 1812 por los pueblos de Andalucía. Probablemente nuestra gratitud fuera la
de Clara Campoamor tras conseguir la aprobación del voto femenino. Quizás, y
sólo quizás, nuestra sonrisa fuera la de la novena compañía de la División Blindada
de la Francia Libre ,
aquel grupo de 150 españoles que liberó París de la barbarie nazi. Quizás
nuestras armas fueran las urnas y nuestra munición fueran las sonrisas y los
anhelos de un país mejor.
Fue un precioso día de 1975 cuando Franco
se fue al fin a paseo. Al poco, un señor al cual él mismo había impuesto, ocupó
la jefatura del Estado. Quizás se les pasase ese pequeño detalle en la Transición , pues
resulta bastante curioso que el hijo de quien jurase lealtad al régimen
franquista sea hoy nuestro jefe del Estado. Porque, como dijo quien fuese
diputado Sabino Cuadras: “no se trata de cambiar de reyes, sino de no tener
ninguno. Ni el padre, ni el hijo, ni el espíritu de Franco que anida en ambos”.
Se trata de que luchemos unidas y unidos por recuperar nuestra memoria, por
honrar a nuestros ancestros, por hacer rodar la corona, por la Tercera República
y por ver a los Borbones en las elecciones.
Y, no callemos cuando nos digan que
en la guerra no hubo vencedores ni vencidos, que todos somos parte de un mismo
país. No dejemos que mientan. No les dejemos hacer suya la Historia. Digámosles
alto y claro que hubo una parte del país que no aceptó el resultado electoral,
que aplastó y sometió a la otra parte de España que quería reformarlo.
Digámosles alto y claro que no fuimos nosotros quienes nos levantamos en armas
y asesinamos durante casi cuarenta años a toda voz discrepante. Digámosles
firmemente que no fuimos nosotros quienes prohibimos los partidos políticos,
que no son sus familiares quienes se encuentran olvidados en cunetas, que no
son sus abuelos los que han tenido que huir, que no es suyo el sudor que
dejamos construyendo el valle de SUS Caídos, que suyos son el adoctrinamiento y
el sometimiento de la mujer a la voluntad del hombre.
No olvidemos. Saquemos a la calle
con orgullo nuestras banderas tricolores de la libertad. Ondeémoslas.
Hagámoslas visibles. No dejemos que España olvide. Continuemos luchando. Seamos
Manuel Azaña, seamos Negrín resistiendo hasta el final, seamos idealistas,
soñemos, seamos gais, seamos lesbianas, seamos creyentes o seamos ateos, seamos
mujeres o seamos hombres; seamos libres. Seamos republicanos. Culturicémonos,
la palabra y la lectura son las mejores armas contra el fascismo y contra el
olvido. Seamos ESPAÑA. Seamos nuestras España y vindiquémosla.
Me gustaría acabar parafraseando a modo de
homenaje a Miguel Hernández en su Vientos
del pueblo, si la emoción me lo permite:
Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
Porque fuimos, somos. Porque somos, serán. Orgullo, memoria y República.
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